08
Whitney se sentía culpable. La madre de Clark estaba en el hospital, y aún así su mente le daba vueltas al aparente rechazo que había sufrido.
¿Siquiera se podía considerar un rechazo? Clark Kent era su amigo cuando mucho, su único amigo para ser exacto. Cualquier señal que Whitney pudiera identificar como doble intencionada, no eran más que maquinaciones de su mente solitaria y deprimida aferrándose a la única conexión que tenía fuera de su familia. A veces hablaba con Lana, pero por obvias razones su relación ya no era tan profunda.
No iba a arriesgar la única amistad que había entablado sólo porque sus hormonas estaban desesperadas por amor.
Y encima de todo, si cualquiera lo escuchara, sabría que estaba cediendo a la locura. Su soledad era tan grande que estaba imaginando escenarios imposibles con un hombre. Macho. Masculino. Clark. El tipo enamorado de su ex novia. Entre más pronto se quitara esas ideas de la cabeza, menos probable sería que alguien descubriera lo que había en su mente y lo llamara “desviado” o “marica”.
Lo mejor era que ignorara la parte de su cabeza que deseaba que los roces de hombro accidentales duraran más de lo esperado, que dejara de pensar en la sonrisa aperlada del granjero, y que tuviera una idea bien clara: Clark era su amigo. Fin de la historia.
Como su mente no se callaba, se sentó a ver telenovelas con su madre. Siempre se había burlado de las tramas absurdas repetitivas, pero en ese momento necesitaba el confort de la TV. La predecible y siempre llena de finales felices, televisión.
Fue cuando su madre terminaba su bowl de palomitas, mientras miraba con atención los pectorales del moreno protagonista, que el teléfono de la sala sonó. Whitney estaba a lado, así que contestó de inmediato. Fue recibido por una Lana con tono consternado.
—Es Clark.
Le explicó en pocas palabras lo que había pasado en la entrada de la residencia Kent, así como que Jonathan había llamado a la doctora Bryce y que Clark todavía no había despertado cuando ella se fue. Whitney sintió la misma sensación en el estómago que cuando se enteró del infarto de su padre.
Con toda la rápidez que pudo conseguir, fue al teléfono de la cocina y marcó el número de los Kent. Los segundos que esperaba en línea parecían una eternidad.
—Señor Kent —dijo en cuanto respondieron—. ¿Cómo está Clark?
El señor Kent tomó aire. Parecía que Whitney lo había tomado muy por sorpresa.
—La doctora Bryce acaba de tratarlo. Aún no despierta, pero tiene síntomas similares a Martha.
Whitney le había dicho a Clark que todo estaría bien, pero ahora que era su turno de esperar lo mejor, sentía que el corazón se le detenía.
—Si necesitan más ayuda —dijo Whitney con el palpitar en la garganta—. Puedo comunicarme con mi ex sargento y ver si conoce algún doctor especializado.
—Creo que ya tengo una idea de cómo arreglarlo —le dijo Jonathan, aunque su voz sonaba insegura—. Pero gracias, Whitney.
El joven reiteró su ofrecimiento, luego colgó. No quería quitarle más tiempo al señor Kent si de verdad tenía una solución en manos. Aún así, lo invadieron las ganas de vomitar.
Cuando regresó a donde su madre, esta lo tomó de la mano y le dijo que todo estaría bien. Whitney solo sonrió para no preocuparla. La pobre mujer ya había tenido suficiente con los dos primeros días de Whitney en casa. No quería que pensara que intentaría otra locura.
Por el momento, lo único que quería hacer era ver a Clark.
—
La mañana siguiente y en contra de las recomendaciones de su madre, Whitney se levantó temprano y partió en el auto. Su madre lo cubriría durante la mañana.
Su pierna ardía cada vez que pisaba el acelerador, pero ya habría tiempo de sentirse adolorido. Por el momento sólo quería asegurarse de que Clark seguía de una pieza. El problema es que también él tendría que llegar de una pieza con los Kent, así que tuvo que ir despacio y con calma para que la pierna no se le acalambrara a la mitad del camino.
Después de tomarse el doble de tiempo de lo esperado, por fin las llantas del auto chocaron con la gravilla de la entrada, anunciando que había llegado a su destino. Jonathan abrió los ojos de par en par en cuanto lo vio.
—Lamento no haber avisado —dijo Whitney con su mejor sonrisa de disculpa—. ¿Puedo verlo? No importa si solo son cinco minutos.
—Por supuesto, tómate el tiempo que necesites —Jonathan le dijo con una mano en el mentón—. Ya está mejor, pero sigue durmiendo.
—¿Qué dijeron en el hospital? —preguntó Whitney mientras entraba.
—La doctora Bryce lo está atendiendo en casa.
—Si está contaminado de lo mismo que la señora Kent, ¿no sería mejor que fuera a un hospital? —Whitney enarcó una ceja.
—Clark tiene necesidades médicas especiales, además la Doctora Bryce es muy competente, no habrá ningún problema —Jonathan con dureza.
Whitney entrecerró los ojos, pero lo dejó ahí. Lo último que quería era pelear con Jonathan Kent en esas circunstancias tan deplorables, aunque la situación seguía sin gustarle. Tal vez los Kent eran de esas familias que creían en la medicina New Age, pero entonces no tendría sentido que Martha estuviera hospitalizada. Seguro que era una rareza única, propia del rompecabezas de Clark Kent, como Lana lo solía llamar.
Pese a que se había hecho una imagen mental con base a los síntomas que Clark había descrito de su propia madre, nada lo preparó para lo que encontró en la sala. El joven estaba recostado en el sofá, respirando de forma superficial con la cabeza empapada en sudor.
Sus venas tenían un tinte verdoso, y el resto de su piel tenía un tono mortecino, como si estuviera a punto de dar su última exhalación.
Whitney tuvo que hacer su mejor esfuerzo para reprimir las lágrimas. De pronto se sentía de nuevo en el hospital el día que su padre fue declarado muerto. Este había mostrado la misma textura escamosa en la piel, los labios carentes de color rosado. Más que sentarse, Whitney se desplomó en el sillón junto a Clark.
—Siéntete como en casa —Jonathan le dijo, y prudentemente salió de la habitación. Whitney asintió, incapaz de pronunciar palabra. Tuvo que jadear para poder librarse de la molesta acumulación de emoción en su garganta.
—Hola Clark —dijo despacio, como si eso pudiera hacer que el enfermo lo escuchara mejor. Le respondió el silencio—. Qué raro, ¿no? Hace casi dos años estaba feliz de haberte dejado atado ese día en el maizal, y mírame ahora. Debe ser el karma.
Se rió sin gracia de su broma, y se limpió una lágrima tan rápido como escapó de su ojo. Trataba de hacer caso a sus propias palabras y no exager,ar cuando Clark seguía vivo. Sin embargo, era difícil hacerlo cuando Clark estaba tan callado, tan demacrado.
—No te rindas aún Clark —continuó—. Apenas y nos conocemos. Todavía quiero saber de tí, y sobre todo, tengo que corregir tus errores de gramática en esas historias que escribes para La Antorcha —otra risa sin gracia.
Tuvo que pausar, porque un sollozo amenazaba con salir, pero lo detuvo a tiempo. Cerró los ojos con fuerza hasta que la sensación desapareció.
—Solo resiste, ¿okay? —dijo casi en un susurro—. Ya tuve suficiente con lo que le pasó a mi padre.
Y entonces lo más increíble sucedió. Clark se reacomodó en su lugar y dijo con voz débil, casi imperceptible:
—¿Whitney?
De inmediato Whitney sintió que le quitaban un enorme peso encima. Sin pensarlo, tomó la mano de Clark con delicadeza.
—Aquí estoy.
Clark no dijo nada, pero apretó su mano con fuerza. Whitney se quedó así varios minutos, acariciando el dorso de la mano de Clark con el pulgar. No trató de darle una explicación a lo que pasaba o por qué lo hacía. Por primera vez desde que Clark lo había visitado, se concentró en sentir en vez de racionalizar. Y lo que sentía era una calma infinita.
Unos pasos llegaron a sus oídos, y lo soltó con cuidado. Jonathan entró a la habitación con una compresa de hielo.
—Mejor lo dejo descansar —Whitney se puso de pie, rechazando con amabilidad la ayuda de Jonathan para levantarse.
—Cuídate, Whitney —se despidió Jonathan de mano, antes de que Whitney entrara a su propia camioneta.
El camino de regreso siguió teniendo un aire melancólico, pero esperanzador. Whitney no podía esperar a que Clark despertara, y así pudieran escuchar juntos todos los EPs de Coldplay si así se lo pedía el chico.